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ISSN 1989-4163

NUMERO 47 - NOVIEMBRE 2013

Estampas de Zoología Doméstica

Edgard Cardoza

1.
Desde aquel día he husmeado con este olfato de perro con que los dioses me obsequiaron, tus cambios repentinos de humor –sé a que huele tu enojo, aunque lo dudes-, el olor del almizcle (ese vaho dulzón de la fecundidad en arraigo de sangre) que te habita cada inicio de luna, tu paladar de maga fecunda capaz de trocar en vida nueva el brebaje de asombro en que creo contenerme –y eres tú la portadora de lo creado-, ahora que siempre estás inventando golosinas con los más caprichosos ingredientes: amada, tus frutos con mostaza me aniquilan y ya no habrá sustancia que me mueva porque tu catador oficial que soy -por complacerte- ha probado de todo, hasta el veneno. Tu perro de indias soy, ládrame al menos.

2.
Vasija, recipiente de esencia es lo que eres, minina: ojos de gato para escrutar paisajes en la niebla, para crear vuelo donde hay sólo piedras en derrumbe. Me salvaste justamente en el borde vencido de la hoja. A punto estaba de alzar la fuga tras la sombra de cualquier roedor de cementerio. Minina. Mis doseles sin ti son destechados, cúrame del relámpago que tan sólo encandila y no revienta. Cúrame de la ausencia de imaginación y de lenguaje, para no repetir entre semana las imágenes con que otros lacraron el domingo. Cúrame del veneno y de la cura: de la fórmula, de no salir jamás de los tanteos. Mírame. Cúrame con tus ojos.

3.
Conocí un gallo enorme, que enamora a todas las gallinas del traspatio con desplantes de ganso sublimado. Ave anfibia se cree, batracio de penacho florido vuelto príncipe tras el beso del alba, capaz de despertar al mismo tiempo a ninfas y centauros. No hace kikirikí como otros gallos, su canto es más profundo, pues requiere iluminar el viento y satinar las aguas a la vez. Modula algo así como ptrrrrrrrrrrrrr: se tragó un tololoche el gallo ronco. Entretiene a su grey con zoolipsismos. Su apotegma: ‘yo fui, yo soy, seré’: filósofo engallado. Y difumina el día entre axiomas y aletazos, y en muchas ‘suyas’ a la redonda, no hay otro gallo... Un día de tantos lo encontré con los ojos dilatados y la papada espesa, en posición fecal. ‘¿Qué haces?’, le pregunto. ‘Sólo pujo’, responde. ‘Practico mi versión del imposible... Porque un día de estos pongo un huevo’.

4.
Juntamos animales alrededor de nuestra casa sólo para mirarnos desde un espejo fiel que no reclame. Nunca somos más ciertos que acariciando un perro o alimentando un pájaro. Las mascotas nos dan clases de yoga para la eternidad: jalar una correa significa sacar a orear las penas y aventar los desechos a la calle para que el ir del mundo se los lleve; platicar con un loro es vaciar la conciencia del lenguaje común y extraer de una jaula el balbuceo (la más antigua forma de poesía); al cepillar las crines de un caballo convocamos al hado de los vientos para que nos tempere la ansiedad. Somos la mitad débil del asunto con la única gracia del lenguaje, por eso procuramos que haya algún animal a nuestro lado: su inconciencia nos da seguridad... Como gallinas somos, en nuestros miedos simples y primeros. El rebuzno de un burro nos recuerda que ni tan hombres somos, ni tan sabios (para cualquier reclamo mire al suelo, tome el auricular y marque cero).

5.
Si no hay animales en la casa, algo raro sucede. Quizás hay una suegra que los suple y ese animal impone. Si de fieras se trata, ella sola vale por el zoológico; pero no te equivoques, poeta: el suegranodonte no es domesticable. La realidad es esta: si hay suegra en casa, no habrá loro, ni gallo, ni perro, ni gato, ni mascota virtual que nos comprenda. ¿Qué hacer en este trance? Esperar a la muerte es arriesgado, porque en casos extremos se ha sabido de suegritas de ciento veinte años. Pensar con optimismo es declararla reserva protegida, aceptando que en ella hay loro, gallo, perro, felino que trastoca los tejados... La mejor solución según la tesis de algún veterinario de abolengo (la mamá de King Kong fue su paciente) es hacer que esa selva se disipe en su mismo rebote: que en cada recoveco haya un espejo, que se mire, que sepa lo que sienten los pobres animales al copiarla.

 

Zoología doméstica

 

 

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